Caminé despacio hacia la parada del 136. En el camino compré un alfajor de chocolate y mientras esquivaba gente apurada, llegué a la fila. Detrás del cartelito, por la ribera del cordón, había una señora flaca, un señor de traje y un elefante. Me acomodé detrás de la señora y me puse a mirar los pájaros que descansaban en los cables de la vereda de enfrente. Dos minutos después vino el colectivo y subimos todos. Era una mañana fresca, después de una noche lluviosa. La ruta tenía el ruido del viento y las nubes. En un momento del viaje, nos dimos cuenta que nadie bajaba y que el chofer tenía la sonrisa más grande de la ciudad. Nos sentimos felices, livianos y rosados por eso compartimos el agua de un bidón azul. Como no sabíamos a donde íbamos el viaje era hermoso. Sentíamos olor a helado, a fútbol, a ropa lavada, a bosque. Finalmente el colectivo se detuvo. Desde el asiento de atrás, el elefante reía y lloraba. El señor de traje tuvo que ofrec...